HISTORIA

Fabio Maximo Granelli

En el año 1999 comenzó mi viaje. Inició con un pasaje de avión para estudiar con una beca en Italia, más precisamente en Florencia. Dicha beca la otorgaba la Región Toscana a hijos de toscanos que quisieran aprender y continuar con las tradiciones artesanales típicas de la región. Mi padre, Enzo Granelli, era un toscano que había nacido en la ciudad de Montevarchi, a 45 km de Florencia, en donde se encontraban las principales fábricas de calzado femeninas de Italia. Su rebeldía hacia su padre hizo que a sus 15 años comenzara a trabajar en una fábrica de calzados para aprender el oficio de “calzolaio”.

Luego de aprender todas las operaciones involucradas en el proceso de fabricación del calzado, realizó un curso por correspondencia de ARSsutoria y comenzó a diseñar sus primeras colecciones, las cuales fueron un éxito. Posteriormente, contratado por la multinacional Kayser-Roth, tuvo la oportunidad de tomar un curso en Pierre Cardin en París y desarrollarse como “stilista” de zapatos. Gracias a esta profesión tuvo la oportunidad de viajar por el mundo, conocer y casarse con la que sería mi madre, en Argentina.

Al momento de iniciar mi viaje, mis conocimientos de diseño de calzado en sí eran muy escasos, por no decir nulos. La irreverencia hizo que pensara que me iba a comer el mundo y que demostraría a los italianos quién era yo…

La beca consistía en un aprendizaje de un mes y medio en una fábrica de carteras de lujo que se llamaba Nieri Argenti, y un mes y medio en una fábrica de zapatos artesanales llamada Mannina.

El primer día en la fábrica de carteras, me esperaba el dueño con una sonrisa y una escoba para comenzar mi aprendizaje de diseñador de modas: “Tienes que valorar el trabajo de todas las personas involucradas en este lugar; tu primera lección será la de mantener la fábrica limpia”. En ese momento comencé a entender de disciplina y esfuerzo para conseguir mis metas y me di cuenta de que este viaje iba a darme muchas más lecciones de las que imaginaba.

En este viaje tuve la oportunidad de conocer a diseñadores que me marcarían hasta el día de hoy con sus pensamientos y estilo de vida, gente apasionada por su profesión.

Los fines de semana, solía visitar a un amigo de mi papá, también diseñador de zapatos, Giuliano Gobbi. Gobbi había ganado el Oscar de la Moda en 1969, y su lema era: “Diseñar como si fueras a vivir eternamente y vivir como si fueras a morir mañana”. Cuando llegaba a su estudio me daba un guardapolvo blanco y me decía que diseñara lo que quisiera sin importar lo que fuera y que no le rompiera las pelotas (sic). Su idea era que yo diseñara sin condiciones, ni reglas, algo inédito para mí. Si volvía a preguntarle algo, rápidamente me mandaba “Vaffanculo”…

Durante la semana me juntaba con Marco Meacci, primo de mi padre y entonces comprador de las tiendas Raspini en Florencia. Recuerdo cuando lo conocí: vestía de negro de pies a cabeza y llevaba unos zapatos de punta cuadrada de Prada, con anillos de plata, me pareció un tipo súper cool que vivía como un beatnik de Florencia. Al día de hoy, Marco continúa siendo una gran fuente de inspiración para mí; actualmente diseña su propia línea de ropa “The Good Side” y la vende en Dexter Store, su local en Florencia.

Un día Marco quiso que conociera a un amigo suyo que diseñaba para distintas marcas de ropa. Sergio era otro beatnik encubierto tras unos wayfarer, que no paraba de hablar. Su showroom era increíble, tenía un espacio de unos 200 metros repletos de ropa, muebles y objetos vintage.  En el medio del lugar exhibía una réplica del batimóvil de los años 60, en tamaño real. Fue un impacto visual tan grande que no lo voy a olvidar nunca. Charlamos durante un par de horas durante las cuales me repetía que tenía que crear mi propia marca, una marca argentina, ya que la gente estaba cansada de las marcas americanas, y que para eso tenía que contar una historia mediante esta marca, mi historia. En ese momento pensé que el tipo estaba loco; hoy entiendo que me decía exactamente lo que tenía que hacer, solo que en aquel momento no estaba listo para entenderlo. Nos despidió brindando con champagne francés y encendiendo un cigarrillo de marihuana a las 14 hs de un día martes.

Durante mi estadía en Mannina, aprendí a fabricar zapatos como se hacía hace 100 años, completamente a mano. Al día de hoy, este negocio en Florencia, a 50 metros del Ponte Vecchio, continúa la tradición de fabricar zapatos de manera artesanal y a medida, para quien esté dispuesto a pagar más de 1.500 dólares el par. Para hacer un par de zapatos demorábamos una semana, ya que se realiza el armado del calzado, la suela, el taco, la costura de la suela, todo de manera manual. El lustrado de los zapatos, lo hacíamos frotando en forma circular con un dedo envuelto en un paño de algodón durante horas. Pude entender que la precisión y los detalles no eran importantes, eran todo.

Al regresar de mi viaje, me di cuenta que quería dedicar mi vida al diseño de zapatos, de carteras, de moda en general. Quería sentir la pasión que sentían estos locos que había conocido.

Fue a partir de ese momento que empecé a sacar el jugo al conocimiento que tenía mi padre. Comencé a trabajar duro todos los días para poder aprender a diseñar, ya que nunca tuve gran habilidad con el lápiz, no obstante, comprendí que en base a mi esfuerzo podía diseñar lo que tenía en la cabeza. Iván Granelli, mi hermano mayor, siempre fue un genio con el lápiz; incluso hacía mis deberes de dibujo del colegio secundario, y cuando empezó a trabajar con nuestro padre, diseñar resultó algo muy natural para él. Lo que a mí me costaba horas lograr, él lo hacía en minutos. Entonces entendí que debía esforzarme el doble para poder llegar a mi objetivo.

En el año 2001 nos fuimos a vivir a Brasil escapando de la crisis económica que atravesaba nuestro país. Allí realizamos con mi hermano un curso técnico de dos años que nuestro padre brindó en la cámara de calzados de la ciudad de Franca, en el Estado de San Pablo. Luego tomamos un curso de modelaje técnico por computadora y un curso de clasificación de cueros. Trabajábamos cada uno en una fábrica distinta y nuestro padre estaba dos días en cada fábrica y luego un día en una tercera fábrica. Vivimos y trabajamos 3 años allí. Diseñar para el mercado brasilero fue una tarea muy compleja, ya que ellos tienen su propia moda y no siguen ninguna tendencia mundial en lo que respecta al calzado masculino. Como decíamos en aquel momento, tuvimos que “hacernos un transplante de retina para poder diseñar algo acorde a su gusto”.

En el año 2004 nuestro padre falleció en Buenos Aires y con mi hermano teníamos 24 y 25 años. En ese momento tomamos rumbos separados, él intentó perseguir su sueño de músico y yo me fui al sur de Brasil a trabajar en una compañía de exportación que se llamaba Via Internaathional.

Allí trabajaba Miguel Curti, ex socio de mi padre en Argentina, un eximio técnico y diseñador de calzados femeninos. Junto a él aprendí sobre el diseño de calzados femeninos, en esa compañía creaban los desarrollos para marcas como Etienne Aigner, Tommy Hilfiger, Banana Republic, Michael Kors, etc.

En aquel lugar hacían las hormas, las maquetas de las suelas, el desarrollo de los colores de los cueros, los herrajes, todo a la medida de los clientes para luego entregar todas las piezas a grandes fábricas para que hagan la producción. La exigencia del mercado americano era muy alta, recibíamos a los diseñadores para comenzar las colecciones y al cabo de unos meses ya enviábamos las muestras para comenzar la producción. Miguel era uno de los mejores técnicos que había conocido en mi vida, podía distinguir la diferencia de 1 milímetro en un ribete a metros de distancia y gracias a ello suspendía el embarque de la mercadería y todo se transformaba en caos; “yo no firmo”, decía, “estos zapatos son una mierda”. Con él pude entender la importancia de decir que no, de no transar con la mediocridad: si las cosas están mal, hay que volver a hacerlas.

Viviendo en el Novo Hamburgo, no había mucho para hacer aparte del trabajo. Una noche en el bar donde cenaba siempre, la dueña quiso presentarme a un chico francés que estaba haciendo unas zapatillas, su nombre es Sebastien Kopp. Esa noche Sebastien me mostró el prototipo del primer modelo de la marca que había comenzado con su amigo, François Ghislain, la marca se llamaba Veja. Ninguno de los dos sabía nada de zapatos, pero tenían muy claro lo que querían hacer: una marca de zapatillas socialmente responsable. Las noches sucesivas nos encontrábamos en el bar por la noche y Sebastien me traía las muestras para que yo le explicara y enseñara qué debían hacer para mejorar el producto. Le hice unos retoques en la horma y hasta les diseñamos junto con mi hermano algunos modelos.

Cuando los conocí, me pareció que estaban completamente locos, comenzar una marca sin ningún conocimiento de cómo hacer el producto, ni siquiera hablaban portugués! Estaban gastando todos sus ahorros en ello, me parecía que el proyecto estaba destinado al fracaso. De hecho, cuando me ofrecieron trabajar con ellos, rechacé su oferta. Lo que más me quedó grabado eran las charlas en las cuales yo les mostraba los modelos que hacíamos para Hilfiger y Sebastien me preguntaba para qué estaba haciendo eso, diseñando para una marca americana que no tenía nada que ver conmigo y que en sus palabras textuales era un asco. Yo estaba muy orgulloso de ser parte de un proceso perfecto de fabricación, pero tenía razón, yo no tenía (ni tengo) nada que ver con eso. Su convicción para hacer el producto que ellos querían, sin importar como llevarlo a cabo, era un delirio.

Diez años después, son dueños de una de las marcas más trendy del mundo, producen mil pares por día y venden en las mejores tiendas del mundo.

Unos meses después, en el año 2005 volví a Buenos Aires y abrí mi propio estudio de diseño y modelaje de zapatos. Al cabo de unos meses tenía más de 20 clientes y trabajaba a sol y a sombra para las mejores marcas del país como diseñador freelance. Maggio&Rosseto, McShoes, López Taibo, Franco Pasotti, Ringo y Boating eran algunas de las marcas para las cuales diseñaba.

Todos ellos eran clientes de mi padre, que me habían adoptado en muestra de gratitud de todo lo que mi padre había hecho por ellos. En ese momento, empecé a disfrutar de que me consideraran un diseñador, sin embargo, luego de 4 años fuera del país, me había desacostumbrado del ritmo de la ciudad de la furia, lo que hizo que rápidamente quisiera escapar del caos de Buenos Aires.

En el año 2007 tuve una nueva e interesante propuesta de crear una marca y tener una parte de la misma. El desafío era enderezar una fábrica de zapatos que técnicamente era un desastre, esa fábrica realizaba 700 pares de zapatillas por día en la ciudad de Córdoba.

Sin muchas vueltas, cerré el estudio y me fui a vivir a Córdoba. Al cabo de dos años, la fábrica producía 2 mil pares por día, y comenzamos a crear la marca que tanto quería. La marca se llamó Gotardo y fue un éxito desde el comienzo. La primera colección vendió 15 mil pares, los cuales nunca terminamos de entregar por cumplir con las entregas que la fábrica tenía pautadas con sus clientes. La marca tuvo un local exclusivo el cual me encargué personalmente de diseñar, elegir el mobiliario, y demás, con un presupuesto muy acotado. Fue una experiencia muy interesante ya que nunca pensé que podía hacerlo.

Esas promesas que me trajeron a Córdoba se fueron diluyendo con el tiempo y nunca se cumplieron, por lo cual decidí abrir mi propio estudio para volver a trabajar freelance, con lo que empezó a resurgir la idea de crear mi marca propia, sin socios, sin promesas fantásticas, una idea que hace años ronda en mi cabeza, pero que siempre postergaba.

En 2012 comienzo con la marca que hoy lanzo con el nombre de FMG, persiguiendo el sueño de contar mi historia, cuidando los detalles y la calidad del producto sin transar con la mediocridad, y al que no le guste: Vaffanculo.